martes, 14 de julio de 2009

Travesia a San Marcos y al Cayambe

Van dos o tres carros, nos dijeron cuando, tras muchos paseos perdidos por culpa de nuestro trabajo, pudimos confirmar nuestra asistencia a la última travesía nivera: el coloso Cayambe. Sorpresa nuestra cuando al llegar al punto de encuentro, en la Petrocomercial de Oyacoto, nos contaron que llegaban algunos carros más. Salimos siete carros a las 17h30 aproximadamente: Oswaldo y Gustavo, a la cabeza; José en solitario; Hernán con su familia (nos acompañó por primera vez); Víctor Hugo y su familia; Aquiles, una vez más en solitario; Edison, Carmita y sus dos hijos; y, nosotros cuatro (Jorge, Samy, Ale y Tati), cerrando la caravana. Rumbo a la Laguna de San Marcos donde acamparíamos. Esta sería la primera travesía de nuestro nuevo Niva, un multipunto rojo 2004 recién recuperado de un encuentro cercano con un Audi A4.

Un poco de tráfico por el sector de Guayllabamba, como es normal, hasta que llegamos a Cayambe. La tarde se iba despidiendo mientras nuestros compañeros de travesía conseguían leña para la fogata de la noche, que por cierto, la cargaron los nuevos compañeros del club. Todos en marcha hacia San Marcos mientras la noche ya obligaba a prender las luces de nuestros torpederos rusos. En la Panamericana tomamos el desvío hacia Ayora para luego dirigirnos hacia Olmedo, después hacia la Chimba y de ahí a San Marcos. La memoria de nuestro guía lo hizo confundir el camino: una que otra perdida, una que otra vuelta hasta que al fin dimos con la laguna. Una mala noticia: nos ganaron el campamento, está lleno de carros. A buscar un sitio aledaño donde podamos instalarnos cuando corrían ya las diez de la noche. Conseguimos el espacio: ubicar los carros, prender las luces y empezar a armar el campamento. Todos listos y relajados para un cafecito y la infaltable botellita de licor al calor de la fogata. Uno que otro inconveniente con los colchones de aire, pero nada que nos quite el gusto de ver salir a la luna al oeste del celoso Cayambe que extrañamente se nos mostraba en todo su esplendor.

Al día siguiente, luego de una fría noche y madrugada, a levantarse para llegar a nuestro destino final: el refugio del Cayambe. Un cafecito con sánduche, una sesión de fotos, una calentadita más en la fogata que terminaba ya de apagarse, y en marcha. Debíamos pasar por la laguna de San Marcos a la que no pudimos llegar la noche anterior; hermosa y en calma nos esperaba esta laguna donde varios patos se veían nadando mientras un bote flotaba a lo lejos. Fotos, un pequeño 4 x 4 al filo de la laguna y rumbo al pueblo de Cayambe, donde se nos unirían dos autos más: Cristian con Lorena y Charlie en solitario.

De salida, el Niva presidencial sufrió un pequeño problema en el ajuste de la mordaza delantera de frenos. Nuestro mecánico oficial, presto y atento improvisó un genial arreglo. Más tarde, en el pueblo encontrarían al perno apropiado para darle solución definitiva a este problema.

De subida al refugio, tuvimos que sortear desfiles, músicos y comparsas: Cayambe estaba de fiesta. Luego de un pequeño desvío mal tomado por falta de señalización, continuamos hacia el refugio Ruales- Oleas-Berge. En el sendero de subida, algunos autos al filo del camino daban cuenta del duro pedregal anterior al refugio. Solo nuestros tanques rusos seguían agarrándose de las piedras y trepando a los 4600 msnm, frente al asombro de los caminantes. Es la máxima altura a la que hemos llegado. Pisamos nieve, caminamos un rato, tomamos un chocolatito y un poco de vodka. A una de mis nuevas acompañantes le cogió la altura, otra se decidió a terminar un muñeco de nieve trunco que halló al lado del refugio, luego se divirtió deslizándose sobre la nieve con la moqueta del carro de Carmita, todo esto junto a Diego, un joven y simpático nuevo amigo del club.

Como si fuera poco todo esto, el Cayambe además nos dejó ver a cuatro cóndores en pleno vuelo. Lógicamente las fotos no faltaron, tampoco la emoción de disfrutar el país que tenemos y la alegría de compartir junto a nuestros compañeros.

De regreso a la ciudad de Cayambe, para encaminarnos a un justo, anhelado y merecido almuerzo, Edison no desaprovechó la ocasión para enseñarnos cómo es que se debe tomar el ron, la medida justa para el aperitivo de unas riquísimas truchas de la región. Luego en marcha de regreso hacia Quito. Un último abrazo en Carapungo, antes de tomar la nueva oriental y llegar a nuestras casas, un poco cansados, pero totalmente satisfechos y, en mi caso, muy feliz de haber podido contar con mis hijas mayores y mi guapa mujer en este paseo especial de verano.

Un abrazo a todos,

Jorge Oviedo

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